Vaya contradicción. Un año donde todo el mundo debería mirar al voluntariado y al Tercer Sector, y parece como si se hubiesen puesto de acuerdo, para destruir o debilitar al mismo. Existe un incómodo silencio, especialmente de las grandes entidades, incluso parece que con ellas no va este desatinado proceso de desmantelamiento. Las plataformas que nos representan ‘están en lo que están’ como si no pasara nada, mirando hacia arriba en lugar de a sus bases, algo común también en muchas organizaciones y, por qué no reconocerlo, también en el Tercer Sector.

La historia es sencilla, hubo un gran movimiento social de microestructuras que garantizaban la participación y la reivindicación de cientos de problemáticas que estaban sin cubrir en un estado emergente que se apoyaba en estructuras que nacieron democráticamente (y eso es muy diferente a las que supuestamente se tuvieron que democratizar). La voz de estos colectivos formados por personas voluntarias se empezó a oír. Las administraciones, impotentes para dar respuestas, comenzaron a ‘comprar sus servicios’. A medida que pasaron los años, estos servicios se hicieron grandes aunque tuvieron que vivir como si estuvieran encarcelados, casi sin poder hablar. Se les compró. Pero aun así, no perdieron sus valores, ni tampoco su afán no lucrativo. Gestionaron muy adecuadamente sus recursos, obtuvieron grandes reconocimientos, entraron en la calidad para dar un mejor servicio -nunca para obtener mayores beneficios- crecieron y crecieron, nacieron plataformas de estas otras plataformas, todos querían estar juntos, ya se sabe “la unión hace la fuerza”.

Pero cambió el decorado. Llegó la crisis. Un escenario distinto que provocaron otros y que repercute en los más necesitados, en los excluidos. Y en nombre de la crisis, las organizaciones sociales tuvieron que endeudarse, se les pidió el esfuerzo añadido de responder como otras entidades que siempre tuvieron beneficios. Ganaron tiempo para dar una nueva vuelta de tuerca que cuadrara su engranaje. “Hay que buscar empresas” -pensaron-, creyendo que esto era un negocio rentable. Muchas de las que entraron trabajaron bien, otras se beneficiaron y mientras tanto los servicios que estaban sin cubrir fueron tapando la deuda de otros.

Se alcanzaron unos mínimos tan comunes que sirvieron para que una gran parte del Tercer Sector sintiera la necesidad de unirse. Hubo también quienes –sin decir nada- tomaron otro camino para aniquilar las bases y poder decir mañana a los que lideran ese gran paraguas que “aquí los que representan son los de toda la vida, los holding de la caridad y de las emergencias” porque ellos sí que pueden aguantar en plena crisis, mientras que el movimiento ciudadano laico y apolítico, sin presupuestos del estado ni amparo de las creencias, estamos abocados a desaparecer.

Muchas entidades cerrarán sus puertas en los próximos meses y el voluntariado se resentirá de este proceso que pone en cuarentena al Tercer Sector. Pero habrá otras organizaciones que seguirán luchando, que se harán fuertes volviendo a sus orígenes o transformándose en otras formas de ciudadanía activa, sin perder su vocación por la construcción de un bien común. Y algún día se descubrirá que quienes debilitaron al Tercer Sector, sin quererlo, lo hicieron más fuerte que nunca, capaz de abandonar el paraguas bajo el que se ha protegido hasta ahora.

La solidaridad, la cooperación, la ayuda, la transparencia, la participación y la alegría definirán el nuevo vuelo que hay que tomar. Podrán destruir nuestras entidades pero no podrán borrar nuestros sueños porque no estaremos dormidos. Seguiremos dando respuestas.

J. Francisco López y Segarra

Presidente Patim